miércoles, 4 de julio de 2012

EL PENALTI DE CHACHO

EL PENALTI DE CHACHO

  En una de las primeras entradas de este blog escribí (y perdón por la autocita) que era mi intención “plasmar en una serie de artículos cortos pequeñas semblanzas de jugadores y vivencias y recuerdos en general…de mis muchos años…de fiel seguidor rojiblanco para que sean compartidas por aquellos que las pudieron vivir conmigo o descubiertas por aquellos que no pudieron hacerlo”. Pues bien, es evidente que el hecho que hoy voy a analizar no ha sido vivido por mí. No soy tan mayor. Tuvo lugar el día diecinueve de abril de mil novecientos treinta y seis, en la vigésimosegunda y última jornada de la Liga 35-36. No fue vivida sobre el terreno pero, en cierta forma, sí que fue re-vivida. Siendo niño y adolescente, me encantaba leer libros sobre la Historia del club al que había decidido ofrecer mi corazón, sobre aquellos aspectos históricos que habían contribuido a forjar su personalidad, leyenda e idiosincrasia. En aquellos tiempos, no obstante, era sumamente dificultoso encontrar material sobre el tema. No existían demasiadas obras. Creo que yo dispongo de la totalidad de las que pudieron publicarse. Precisamente esa es una de las finalidades que persigo con esta serie de artículos: el facilitar a todos aquéllos que hoy sean jóvenes y que manifiesten unas inquietudes similares a las que yo manifestaba cuando tenía su edad unos humildes medios para que puedan profundizar en la Historia del club de sus amores. Hoy en día, sin embargo, existen muchas más fuentes de difusión, tanto escritas como de otra índole, gracias sobre todo a las modernas tecnologías, por lo que mi modesta contribución será un pequeño grano de arena más al que puedan acudir.
  Y en esa época en la que devoraba toda obra impresa que me ilustrara sobre las vicisitudes de la historia atlética hubo una circunstancia que me dejo profundamente impresionado e impactado: el penalti de Chacho. Además, en conversaciones entre veteranos aficionados oídas en el estadio o en el Metro, camino del mismo, el reseñado penalti salía una y otra vez. Es una de las principales adversidades que le han acontecido a nuestro club, que parece demostrar que la fortuna siempre ha estado alejada de nosotros en momentos de suma importancia. En realidad, siempre pensamos eso cuando no se consiguen los resultados apetecidos. En aquellos otros momentos en que se obtienen logros importantes (verbigracia, la reciente final de la Europa League ante el Athletic de Bilbao) los nubarrones del infortunio se despejan y dejan paso a la más sana de las alegrías.
Chacho con la camiseta del Deportivo de la Coruña
  Chacho (apodo de Eduardo González Valiño) fue un delantero, un interior izquierdo, nacido en La Coruña el día catorce de abril de mil novecientos once. Jugó toda su trayectoria, antes y después de la Guerra Civil, en el Deportivo de la Coruña, donde es una leyenda. Con una excepción: las dos temporadas que figuró en el Atlético de Madrid, la 1934-35 y 35-36, donde disputó treinta y nueve encuentros de Liga, obteniendo trece goles. Era un consumado goleador, con disparo duro, violento y certero. Por ese motivo, era un magistral lanzador de penaltis, que materializaba siempre con precisión y potencia de tiro. Es especialmente nombrado en la Historia de la selección española de fútbol, ya que ostenta el record de más goles en un partido jugado. El día veintiuno de mayo de mil novecientos treinta y tres, militando por consiguiente aún en las filas coruñesas, le endosó seis goles a Bulgaria, en la apabullante victoria por trece a cero ante Bulgaria, en encuentro de carácter amistoso celebrado en el antiguo Chamartín. Para los amantes de la estadística el resto de los goleadores de ese día fueron el que luego sería rojiblanco Elícegui y en esa temporada defendía los colores del Real Unión de Irún, en tres ocasiones, el madridista Luis Regueiro en dos, el españolista Bosch en una y, finalmente, también hubo un gol en propia meta, del búlgaro Mitchalov. Era además el día de su debut. Y pese a serlo tan contundente, luego tan sólo obtendría dos entorchados internacionales más: el siguiente partido, clasificatorio para el Mundial de Italia 34, contra Portugal, victoria por 9 a 0, donde también marcaría uno de los goles, y el desempate contra Italia, derrota por uno a cero, en los cuartos del final de dicho Mundial, en la que es una de las páginas más brillantes de la historia de la Selección española, y en la que me tengo que remitir a valiosas obras que existen sobre ella, al exceder la temática de este breve artículo.
  El partido tuvo lugar el día reseñado al principio. El Campeonato de Liga tiene por entonces doce equipos, lo que se traduce en veintidós jornadas. Arranca la primera el día 10 de noviembre de 1935, con victoria por un gol a cero frente al Racing de Santander. El equipo hace una primera vuelta horrorosa, con seis derrotas consecutivas, desde la segunda hasta la séptima. Se ocupa de continuo la penúltima posición, que acarreaba el descenso, solo por encima del Sevilla, que sería precisamente el rival de la última y funesta jornada. Se endereza el rumbo en la segunda vuelta, donde se obtienen varias victorias caseras. En la penúltima fecha, se consigue un valioso empate en Mestalla ante el Valencia, que parece ser la salvación. Bastaba con empatar en casa frente al último clasificado, el Sevilla, que tenía un punto menos. Empatado con los andaluces estaba también el Osasuna. En la última jornada del día diecinueve de abril, los navarros perderían por dos a cero en San Mamés contra el Athletic de Bilbao, que sería el campeón de esa temporada. Esa derrota motivó su descenso a la Segunda División. Por tanto, la plaza restante se iba a repartir entre los contendientes directos: o Atlético de Madrid o Sevilla, con las ventajas añadidas para los primeros de jugar esa última jornada en casa, en el Metropolitano, y de bastarles el empate.
  Las alineaciones fueron las siguientes: por parte del Atlético de Madrid, con la táctica de la época del 2-3-5, Guillermo; Mesa, Valcárcel; Gabilondo, Marculeta, Ipiña; Lazcano, Arocha, Elícegui, Chacho y Rubio. Por el Sevilla: Guillermo Eizaguirre; Joaquín, Villalonga; Epelde, Segura, Fede; López, Tejada, Campanal, Tache y Berrocal. Los que tengan unos mínimos conocimientos de la historia del fútbol español apreciarán la concurrencia en ambas escuadras de jugadores míticos, como Lazcano o Campanal.           
  La trascendencia del encuentro hace que los jugadores rojiblancos empiecen sumamente nerviosos, perdiendo balón tras balón en el centro del campo, y posibilitando furibundos ataques de los sevillistas. Sin embargo, todo parece tranquilizarse mediada la primera parte, al anotar el primer gol el atlético Marculeta, o bien Rubio, o bien Elícegui (en tres fuentes consultadas, el goleador es distinto). Lo que sí concuerdan todas ellas es que al descanso ya había remontado el partido el Sevilla, con sendos goles de Berrocal, tras jugada magistral, y Tache.
  Tras el descanso, a los veinte minutos, Tejada (o puede ser que López) pone el 1 a 3 en el marcador, y entonces todo parecía perdido. Pero reacciona el Aleti con el pundonor y coraje que ya desde tiempos tan remotos se encuentran adheridos a las rayas rojas y blancas y, diez minutos después, o bien Elícegui o bien Gabilondo acortan distancias, se llega al 2 a 3 y se redoblan los ataques con fiereza e insistencia, dejando desguarnecida la defensa. No sé dónde estarían mirando los cronistas de la época para montar tamaña confusión en cuanto a los goleadores. Supongo que a ello contribuiría el hecho de que los jugadores carecían de números dorsales, que empezaron a hacerse habituales en los años cincuenta.
  Pero en donde hay consenso absoluto en todas las fuentes consultadas es que, a falta de cuatro minutos para el final, el delantero centro rojiblanco Elícegui, apodado “El expreso de Irún”, afronta un mano a mano con el cancerbero adversario, después de una brillante jugada personal. Es trabado por detrás por el defensa Villalonga, en una de esas entradas que hoy sería castigada con tarjeta roja, y el árbitro Arribas decreta el correspondiente penalti, entre las generalizadas protestas (antes y ahora eso ha sido siempre igual) de los sevillistas.
  Silencio sepulcral en el estadio Metropolitano. Por un lado, la afición atlética tiene confianza en el consumado lanzador de penaltis que es Chacho, que jamás antes había fallado lanzamiento alguno. Por otro, el Aleti es el Aleti, y la fortuna suele mirar hacia otro lado cuando más se la necesita. El centrocampista Ipiña, que inmediatamente después de la Guerra Civil ficharía por el eterno rival madridista, tiene una corazonada, y le dice a su compañero de línea Gabilondo: “Lo va a fallar. Voy a situarme para el rechace”.
  Chacho respira, coge aire y patea el cuero con su violencia y precisión habituales y características. Tanto lo quiere colocar y alejar de los guantes del mítico guardameta sevillista Guillermo Eizaguirre que el disparo se estrella contra el poste derecho (en visión trasera; izquierdo en posición frontal) de la portería. El arquero queda tras su estirada tumbado en el suelo, sin capacidad de reacción posible, y el esférico se dirige hacia Ipiña, que, con su corazonada previa, se había colocado maravillosamente y tenía toda la portería vacía delante de él. Chuta y…¡el balón se va a las nubes, por encima del travesaño!. Desesperación entre los jugadores y los aficionados rojiblancos. Alegría incontenible entre los sevillistas. Muchos besaron el palo salvador. El Sevilla concluye el Campeonato con dieciséis puntos y salva la categoría. El Aleti, con quince, acaba penúltimo y acompaña al Osasuna en el descenso.
  En la fotografía que ilustra cada una de las obras consultadas, y que igualmente lo hace en este artículo, se aprecia claramente el momento exacto en el que Chacho ya ha disparado y el balón se dirige inmisericorde hacia el poste. Muchos sevillistas, todos de blanco y con medias negras, con los brazos en jarras, esperando lo que parecía inevitable. La estirada con buena técnica de Eizaguirre, con la gorrilla característica en los años treinta, jersey a rayas y manos enguantadas (poco habitual en esa época) no alcanza el balón. Pero sí lo terminaría por detener la adversidad, disfrazada en forma de poste.
  No obstante, el desgraciado descenso no llega a consumarse. La Guerra Civil hizo que de 1936 a 1939 se paralizara toda competición futbolística. Al concluir la contienda, el Oviedo no puede reiniciar la Liga por tener su campo de Buenavista derruido por las bombas. El día 26 de noviembre de 1939 se disputa en Valencia un encuentro entre los dos equipos descendidos, para que el vencedor ocupe su plaza. Triunfa el Atlético de Madrid (por aquel entonces, y durante varios años después, Atlético de Aviación) por tres goles a uno, con lo que se gana su derecho a competir en la Liga de Primera División, competición que esa misma temporada, paradojas de la vida…¡ganaría por primera vez!.
  La fortuna no se alía con nuestros colores en ciertas ocasiones. Pero hay que ser optimistas. En otras muchas, en todas aquellas que hemos alcanzado títulos o disfrutado gestas maravillosas, hemos conseguido que juegue de nuestro lado. Ojalá que en el futuro esté con nosotros en muchas más ocasiones.          


JOSÉ MIGUEL AVELLO LÓPEZ

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